El rumbo normal de las cosas suele cambiar dependiendo de determinadas circunstancias. Y los hechos demuestran que así es. En nuestra vida hay innumerables cosas que continuamente cambian su trayectoria. Casi siempre sin que podamos hacer mucho para que no sea así. Otras muchas veces somos nosotros quienes intencionalmente hacemos posibles esos cambios.
Puede ser que durante años hayamos soportado estoicamente el perro ruidoso de un vecino, un colchón que cada mañana nos devuelve rota la espalda, o una radio que nunca sintoniza bien. Hasta que un buen día nos cansamos de todo eso y pateamos al perro, quemamos el maldito colchón y arrojamos la radio al medio del patio... Eso es cambiar el rumbo de algunas cosas.
Otras veces puede ocurrir que las cosas menos pensadas cambien solas de rumbo. Como cuando estamos llegando felices a nuestra casa y nos damos cuenta que perdimos las llaves... o cuando encendemos la televisión dispuestos de la mejor manera a disfrutar de un partido de Boca y esta no acusa recibo, se quemó, no enciende... y ni hablar de cuando esperamos ansiosamente el sí de la morocha de la sección cuatro y en un cruce frente al bar de la calle Entre Ríos la vemos agarradita de las garras del aburrido de nuestro jefe.
Por estas cosas pensamos que siempre es mejor si somos nosotros mismos quienes cambiamos algunos rumbos. Nada nos parecerá luego más gratificante que ser nosotros quienes pateamos al perro, o vemos desde un rincón del bar a la morocha ponerse roja de envidia al descubrirnos con la elegantona de la sección seis. Como nada será mejor que irnos directamente a la cancha de Boca, a pesar que está lejos y mañana nos durmamos frente a la computadora.
De otras cosas que cambian constantemente mejor hablar poco. Como de la economía, o de la política. Aunque vamos a decir que al rumbo de esas cosas también lo podemos torcer. Solo es cuestión de ponerse. No será como quemar el colchón viejo pero puede ser agradable también.