Aquel día me decidí y corté una flor de la plaza del barrio. Don Efraín, el placero, hombre de eterno malhumor me miró y en su rostro vi la expresión de quien está a punto de acogotarte, pero al oír la razón que le di, se enterneció y no sin antes sermonearme, con la flor arrancada para ella, me dejó marchar.
Con aquella flor en la mano, fui a verla. Pensé que al recibir un obsequio tan bello de mí se enamoraría: recibí en mis narices un portazo.
La semana siguiente gasté una pequeña fortuna comprando ropa: un traje oscuro de tela importada, camisa blanca con finas rayas verticales y una corbata azul con rombitos celestes; además de unos carísimos zapatos negros. Con todo eso encima fui otra vez a verla, convencido de que al verme tan elegante, me querría: ni sonrió, antes del nuevo portazo.
A dos noches de aquel día, en compañía de un amigo y con el previo y secreto permiso de sus padres, intenté enamorarla con una serenata, de la cual recuerdo esta cuarteta:
Muchacha de bellos ojos
esos ojos quiero ver
que me miren, siempre hermosos
como cuando ven llover.
La vi, en ese momento, escuchar atenta y cerrar suavemente la puerta.
Al otro día dispuse regalarle mi cuaderno de poesías. Ese que en la tapa tenía dibujado un corazón con su nombre y el mío entrelazados. Ese que en sus hojas, mis primeros versos hablaban de ella, del amor, de la vida, de la espera, y de ella, de ella, de ella, de...
Con aquella flor en la mano, fui a verla. Pensé que al recibir un obsequio tan bello de mí se enamoraría: recibí en mis narices un portazo.
La semana siguiente gasté una pequeña fortuna comprando ropa: un traje oscuro de tela importada, camisa blanca con finas rayas verticales y una corbata azul con rombitos celestes; además de unos carísimos zapatos negros. Con todo eso encima fui otra vez a verla, convencido de que al verme tan elegante, me querría: ni sonrió, antes del nuevo portazo.
A dos noches de aquel día, en compañía de un amigo y con el previo y secreto permiso de sus padres, intenté enamorarla con una serenata, de la cual recuerdo esta cuarteta:
Muchacha de bellos ojos
esos ojos quiero ver
que me miren, siempre hermosos
como cuando ven llover.
La vi, en ese momento, escuchar atenta y cerrar suavemente la puerta.
Al otro día dispuse regalarle mi cuaderno de poesías. Ese que en la tapa tenía dibujado un corazón con su nombre y el mío entrelazados. Ese que en sus hojas, mis primeros versos hablaban de ella, del amor, de la vida, de la espera, y de ella, de ella, de ella, de...
Después de leerlo, ya no cerró la puerta.