26/4/09

LAYIL

Conocí a Layil cuando transitaba los últimos días del anterior milenio. No reparé enseguida en ella, debo reconocerlo, cosa que lamento mucho. Yo estaba aún embrollado en una vieja trama literaria-sentimental que me impedía ver más allá de mis cuadernos. Ella tampoco supo enseguida que yo existía, demoró mucho en hacerlo porque la envolvía a la vez cierta trama romántica que le costó mucho resolver.
Ella estaba allí, con todo lo que caracteriza a una mujer de semejante nombre. Ese todo no lo voy a enumerar porque estos breves espacios no lo permiten. Solo voy a decir al respecto lo mismo que alguna vez le dije a ella.
Le dije:
-“En la mitología hebrea tu nombre equivale a “Noche” y con él personificas a un espíritu nocturno. Puedes ser, unas veces, un ángel que dispone la descendencia de los hombres; y otras un demonio que asalta a los solitarios. En la imaginación popular asumes la forma de una bella mujer, de largo y negro cabello suelto”-
Admitió ella que tanto el ángel como el demonio la identificaban plenamente, y admito yo que la imaginación popular no pudo estar más acertada.
Layil y yo estuvimos allí, solitarios y marginados, con nuestras tramas tan contrarias y parecidas, tan distintos y tan iguales, rodeados por el mundo y separados por él. Solo yo por un lado, y sola ella por el otro. Mirándonos de reojo, a veces sonriéndonos, odiándonos por momentos. Hasta que ocurrió lo que ocurrió; destrabamos nuestros respectivos embrollos sentimentales-románticos, recibimos nuestros títulos de tontos, nos abrazamos, nos deseamos suerte y nos dijimos adiós.