La situación se estaba volviendo aburrida y monótona, y para colmo ya no quedaba ni una moneda de la última ratería. Tenía que hacer algo de forma urgente. Los muchachos se estaban impacientando... es imposible sobrellevar las tardes en esta aburrida ciudad sin fasos ni cervezas.
El hecho fue entonces casi improvisado. Planeado sin muchas ganas. Un poco por la sequía y otro poco por confiados, confiados en la aparente pachorra de los pueblerinos encargados de la ley.
Lo calculado era sorprender a los cajeros del mini casino local, actuando como cualquier cliente normal, encañonarlos con un par de fierros, arrebatarle cuanta plata fuese posible he irnos como vinimos, en silencio y silbando bajito. Todo fue más o menos bien hasta que un "tero" con aptitud de héroe, en un flash, sacó su pistolón cromado y le metió una bala al Oreja en las costillas, obviamente, entre el Fuji y yo tuvimos que volarle las plumas al "tero" héroe. Y ahí acabó toda la fiesta y se vino la noche. Al desplumado lo emuló el otro "tero" y la refriega se multiplicó. Por esas cosas del azar ni el Fuji ni yo resultamos agujereados en el entrecruce de plomos y el "tero" ayudante ligó un par de caricias que lo obligaron a huir en vuelo rasante. Con los "volantes" que alcanzamos a manotear, y arrastrando al Oreja, levantamos vuelo como pudimos. Lo calculado era perdernos caminando entre la gente pero la balacera animó el avispero y ya no eran posibles los disimulos. Abordamos un taxi de conductor desprevenido y ahí sí, nos alejamos del referido embrollo. El resto no quiero ni recordarlo, al tachero ninguno de nosotros quiso ponerle un broche, nos bajamos cerca del aguantadero y lo dejamos ir. Estaba todo mal y eso no tenía porque ser distinto. El conductor vuelto a nacer llamó a la yuta. El cerco se achicó. Nos atrincheramos en el aburrido vecindario mientras pudimos hasta que no me quedó otra que ordenar el desbande, el sálvese el que pueda.
El Fuji, gracias a la agilidad de sus veintidós años, todavía está huyendo por vaya a saber que callecitas oscuras. El Oreja se desangró hasta quedar más idiota de lo que era y hoy está en un loquero cerca de Rosario y yo estoy viviendo sin quejas mis vacaciones en "canadá"
Aprendí la lección: Por más que te falten los fasos y la cerveza no subestimes a los aparentemente pachorrientos pueblerinos.
El hecho fue entonces casi improvisado. Planeado sin muchas ganas. Un poco por la sequía y otro poco por confiados, confiados en la aparente pachorra de los pueblerinos encargados de la ley.
Lo calculado era sorprender a los cajeros del mini casino local, actuando como cualquier cliente normal, encañonarlos con un par de fierros, arrebatarle cuanta plata fuese posible he irnos como vinimos, en silencio y silbando bajito. Todo fue más o menos bien hasta que un "tero" con aptitud de héroe, en un flash, sacó su pistolón cromado y le metió una bala al Oreja en las costillas, obviamente, entre el Fuji y yo tuvimos que volarle las plumas al "tero" héroe. Y ahí acabó toda la fiesta y se vino la noche. Al desplumado lo emuló el otro "tero" y la refriega se multiplicó. Por esas cosas del azar ni el Fuji ni yo resultamos agujereados en el entrecruce de plomos y el "tero" ayudante ligó un par de caricias que lo obligaron a huir en vuelo rasante. Con los "volantes" que alcanzamos a manotear, y arrastrando al Oreja, levantamos vuelo como pudimos. Lo calculado era perdernos caminando entre la gente pero la balacera animó el avispero y ya no eran posibles los disimulos. Abordamos un taxi de conductor desprevenido y ahí sí, nos alejamos del referido embrollo. El resto no quiero ni recordarlo, al tachero ninguno de nosotros quiso ponerle un broche, nos bajamos cerca del aguantadero y lo dejamos ir. Estaba todo mal y eso no tenía porque ser distinto. El conductor vuelto a nacer llamó a la yuta. El cerco se achicó. Nos atrincheramos en el aburrido vecindario mientras pudimos hasta que no me quedó otra que ordenar el desbande, el sálvese el que pueda.
El Fuji, gracias a la agilidad de sus veintidós años, todavía está huyendo por vaya a saber que callecitas oscuras. El Oreja se desangró hasta quedar más idiota de lo que era y hoy está en un loquero cerca de Rosario y yo estoy viviendo sin quejas mis vacaciones en "canadá"
Aprendí la lección: Por más que te falten los fasos y la cerveza no subestimes a los aparentemente pachorrientos pueblerinos.
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