Lo que aquí relato brevemente es la vida de Juan, vida que no es un cuento:
El nacimiento de Juancito se produce donde se producen la mayoría de los nacimientos: en un hospital público. En este caso, el hospital público que sirve de herramienta para traer al mundo al niño pertenece a un país gris y aplastado del llamado tercer mundo. (Así son, también, la mayoría de los países de este único mundo).
Allí recibe la primera bocanada de un aire ardiente y poco aséptico, el mismo al que están condenados los que como él, pertenecen a la parte más baja de nuestra sociedad mundial.
El niño es bañado con agua fría, secado y envuelto con unos trapos ásperos para después de unas pocas horas ser mandado a su casa con madre y todo. -A dejar el lugar a otro-. Como uno más de la tira, en esta máquina de la vida.
En su casa descansa en una destartalada cuna atada con alambres. Cuna que soportó ya a sus seis hermanos. Cuna que vio tiempos mejores cuando su barniz era brillante y pertenecía a una caritativa y brillante familia.
Juan vive en el Barrio Negro. Su primera visión del mundo son los yuyales y las montañas de basura que rodean su calle.
Juan niño, para aprender a caminar, se calza un par de zapatillas que supieron de otros pies y luego, ya crecido, correrá detrás de una pelota plástica, de esas que suelen regalar las iglesias para Navidad.
Las pocas veces que el niño Juan come dignamente es porque acierta en ir a mendigar donde tiran comida, (casonas con rejas, parque y pileta).
Juan de quince años no elige trabajar de peón. A la escuela fue solo por un par de años y apenas aprendió a escribir su nombre. -Es difícil llegar al doctorado cuando preocupa ganarse el pan-.
Juan se casa, tiene un par de hijos y lo que gana trabajando de peón apenas le alcanza para darles de comer. Las opciones son pocas y sale a robar. – Mientras en las casonas con rejas, parques y piletas se discute sobre si conviene invertir en la bolsa de valores o en la compra de bienes raíces, en la villa de Juan ni se discute sobre matar y morir para comer-.
El viejo Juan acaba de salir de la cárcel, ya no tiene veinte años, ni mujer, ni hijos. Tiene cincuenta años y parece de cien. Nadie lo quiere en este mundo. El no sabe lo que es querer, aprendió durante su podrida y corta vida que nada que quisiese lo dejarían obtener. Aprendió en su podrida y breve vida que pocos, muy pocos. de los que son como él, (la mayoría), ven el horizonte detrás de la basura, o ven el camino más allá del barro.
Para el viejo Juan la vida no fue toda horizontes, toda caminos. Para millones de Juancitos la vida no es más que el barro de sus calles.